Por Néstor Estévez
nestorestevez.net
La imagen de un hombre tendido boca arriba y una mujer sobre él, con movimientos agitados e insistentes, corrió “como pólvora” por redes sociales.
Se trata de la doctora Gerlyn Martínez, quien no lo pensó dos veces para ayudar a un desconocido que yacía en el pavimento. Luego se determinó que se trataba de un hombre que había sufrido un paro respiratorio.
Cuentan que ella no preguntó si tenía seguro médico o si alguien haría un depósito previo para atender al hombre desconocido. Tampoco preguntó quién se hacía responsable de lo que implicaría su intervención. Sencillamente, ella pasaba con su hija por el lugar, vio que un ser humano necesitaba algo que estaba en sus manos ofrecer, y lo hizo.
Esa acción de la doctora, a todas luces, contrasta con la de gente que quizás no llega al extremo de apedrear un vehículo o simular un accidente para luego robar todo lo que encuentre, pero que sí se aprovecha de personas accidentadas para echarle manos a lo que pueda, desde cervezas hasta víveres, sin excluir carteras con dinero y prendas, como tantas veces ha ocurrido.
La doctora ha llamado la atención porque ha realizado una labor que contrasta con el comportamiento habitual en una sociedad que “divide las situaciones humanas e insta a una competencia despiadada, en vez de unificar una condición humana que tienda a generar cooperación y solidaridad”. (Bauman, 2000).
La acción de la doctora Martínez ha logrado “viralidad” en un tiempo en el que cualquiera quiere ser “influencer”. Ella ha actuado en coherencia con sus valores cuando tanta gente se está yendo de cabeza con la “monetización”.
Recordemos que ahora, sin importar si se sabe o no se sabe lo que se tiene entre manos, el asunto es sacarle partido a cada “like”, a cada “view”, a cada “click”. Mucha gente se dedica a ello sin importar lo que haya que hacer y mucho menos las consecuencias, propias o ajenas. Para mucha gente el asunto es “lograr viralidad”.
Pero la doctora Martínez lo ha hecho por algo diferente. Lo ha hecho para salvar una vida. Y la salvó. Incluso, ella ha propuesto a las autoridades que tanto los agentes policiales como los de Digesett y otras entidades de socorro aprendan a dar primeros auxilios para que también salven vidas cuando se presenten situaciones como la que ella vivió.
Ella pudo, como la inmensa mayoría, seguir su camino o quizás tomar su celular para grabar a “un tipo” tirado en el pavimento. Pero se nota que ella mantiene vivo ese hermoso valor humano que nos lleva a vernos reflejados en los demás.
La acción de esa doctora ha de remitirnos a los señalamientos de Edgar Morin, en su Enseñar a vivir, Manifiesto para cambiar la educación: “la ética individuo/sociedad requiere de un control mutuo de la sociedad por el individuo y del individuo por la sociedad”. Pero a ello, el intelectual agrega que “la reforma de pensamiento puede despertar las aspiraciones y el sentido de la responsabilidad innatos en cada uno de nosotros, hacer renacer el sentimiento de solidaridad”. (Morin, 2015).
Es así como la acción de la doctora puede quedarse, como la inmensa mayoría de los denominados “casos virales”, como una más que se diluye en poco tiempo. Podría pasar como algo que quizás recuerden y agradezcan el hombre al que se le salvó la vida, así como algunos de sus familiares, amigos y relacionados.
Pero acciones de ese tipo deben servir como lecciones para nosotros.
Para ti, que lees este breve escrito. Para alguien que se sienta tocado e inspirado para emular en todas las oportunidades que se presenten tan loable acción. Para quienes confiamos en que “todos podemos dar buenas razones para preferir el agua potable a la contaminada, la justicia a la injusticia, la solidaridad al egoísmo, la libertad a la tiranía, la paz a la guerra”. (Bunge, 2006).
Ojalá que lo ocurrido en Moca se convierta en lección colectiva. De hecho, así como la Navidad es una oportunidad para renacer, ojalá que el ejemplo de la doctora Martínez sirva para que en ti y en mí renazca el deseo de ser mejores seres humanos.