Por Rey Arturo Taveras (Periodista y escritor dominicano)
La muerte de Juana Núñez Paulino es un trágico eco que resuena en el corazón de la tierra que la recibió como un alma viajera que se hizo mujer y que sembró la semilla del bien en la sociedad Dominicana.
Como un ocaso repentino, su deceso nos envuelve en una sombra de tristeza que no parece disiparse. Su figura, antes luminosa y vibrante, se ha convertido en una estrella fugaz que deja una estela indeleble de inspiración y enseñanza.
Su vida, como un río caudaloso, fluyó con fuerza y propósito, llevando consigo mensajes de superación, amor propio y resiliencia, los que exponía en radio, televisión y redes sociales.
En sus palabras se tejían lecciones que alimentaban almas moribundas y reconstruían corazones rotos. Las redes sociales, otrora receptoras y multiplicadoras de sus consejos sabios, yacen huérfanas, como ramas desnudas que extrañan el verdor de su guía.
Juana Núñez era mucho más que una periodista, locutora y conferencista. Era una chispa de humanidad que encendía la esperanza en quienes la escuchaban.
Sus palabras no eran simples sonidos, sino caricias al alma y bálsamos para los desafíos cotidianos y las desilusiones. En su amplia y conquistadora sonrisa fluían las olas de empatía que como trombas marinas inundaban los corazones ajenos.
Su vida, una epopeya de lucha constante, nos enseñó que en medio de la adversidad, se puede sonreír y transformar los días grises en paisajes llenos de color.
Ella, que abrazó la psicopedagogía y la neuroeducación como herramientas para construir puentes hacia el crecimiento personal, se convirtió en un faro de luz para muchos, dentro y fuera de Republica Dominicana.
Su legado profesional y humano la colocó como un pilar de los gremios comunicacionales, en los que militó como mujer de servicios.
Aunque su cuerpo ha sido arrebatado por el viento de la eternidad, sus enseñanzas permanecen arraigadas en los corazones de quienes tuvieron la fortuna de conocerla.
“Conocerse y amarse primero es la clave para crecer y compartir lo mejor de uno con los demás”, decía Juana. En esa frase simple y profunda yace su esencia: un llamado a la introspección, al amor genuino, a la superación constante. Su partida nos recuerda que la vida, frágil como una hoja otoñal, puede ser llevada por el viento en cualquier momento.
Que su memoria, como un eterno susurro, siga alentándonos a luchar, amar y sonreír, tal como ella lo hizo. Juana Núñez Paulino no se ha ido del todo, permanece viva en el legado de amor y esperanza que sembró en nuestras almas.