Por: Néstor Estévez
nestorestevez.net
La reputación abre o cierra puertas. Lo curioso es que, aunque no nos demos cuenta, la vamos construyendo e incidiendo en cómo nos tratan los demás.
Como productos en góndolas, las personas mostramos etiquetas que condicionan nuestras relaciones. Pero, ¿cómo se origina esa especie de marca personal?
La familia es el primer espacio para construir etiquetas. Imaginemos a un padre que siempre llega cansado y se queja de todo: de la comida, del trabajo, de los vecinos. Aunque sea positivo en otras áreas, sus hijos lo recordarán más por la queja constante que por el esfuerzo silencioso. Esa repetición crea un sello: “papá siempre está de mal humor”.
En cambio, una madre que, aun con dificultades, suele escuchar a sus hijos y animarlos a seguir adelante. Sin darse cuenta, está construyendo un sello de apoyo y comprensión. Ese sello será lo que sus hijos recuerden y probablemente lo imiten en sus propias relaciones.
En la comunidad
La comunidad es un poderoso campo de cultivo para fijar etiquetas. Está, por ejemplo, el vecino que siempre organiza actividades, presta herramientas o da consejos útiles. Su sello es ser “el solidario”. Y está el otro que nunca participa y siempre encuentra defectos en lo que hacen los demás.
Su sello es “el conflictivo”.
Estas percepciones influyen en cómo se toman las decisiones colectivas. Al solidario se le invita a participar y se le escucha; al conflictivo se le evita. Es decir, la marca personal no solo afecta la imagen, sino también las oportunidades de formar parte de procesos comunitarios.
En el trabajo
El mundo laboral multiplica este fenómeno. Un empleado que cumple con su horario y busca soluciones tiene más posibilidades de crecer, porque su sello es de responsabilidad. En cambio, otro que, aunque sea capaz, siempre resalta problemas sin aportar alternativas, pronto será visto como “el negativo”. Esa etiqueta puede cerrarle puertas a ascensos o proyectos importantes.
Aquí se ve con claridad cómo la repetición de conductas define el valor que los demás nos atribuyen. No siempre es justo, pero así funcionan las dinámicas sociales.
¿Cómo transformar un sello negativo?
Aunque cambiar no es fácil, sí es posible. Aquí, algunas claves:
Reconocer el sello actual. El primer paso es preguntarse: ¿cómo me ven los demás? ¿Qué frases o actitudes mías se repiten? A veces basta con escuchar los comentarios de familiares o amigos.
Introducir nuevos hábitos. Si alguien suele enfocarse en lo negativo, puede proponerse destacar al menos un aspecto positivo en cada conversación. Ese pequeño cambio, repetido con constancia, empieza a modificar la percepción.
Ser coherente. No sirve cambiar solo un día y volver luego a lo de siempre. La coherencia en el tiempo es lo que da fuerza a un nuevo sello.
Practicar la escucha. Muchas veces el sello negativo surge de hablar demasiado y escuchar poco. Dar espacio a los demás crea una marca de respeto y apertura.
Celebrar avances. Reconocer logros propios y ajenos ayuda a equilibrar la comunicación. No se trata de ocultar problemas, sino de acompañarlos con propuestas o palabras constructivas.
El poder de decidir nuestro sello
Al final, todos proyectamos una marca en quienes nos rodean. Esa marca puede ser elegida y gestionada o dejar que se forme sola, según lo que repetimos cada día. La diferencia está en preguntarnos: ¿queremos ser recordados como personas que suman o como personas que restan?
El caso de Juan, que puse como ejemplo en otra entrega, lo ilustra bien. Él solía ser recordado como “el negativo”. Pero si decide cambiar y comienza a reconocer lo bueno de los demás, a proponer soluciones y a escuchar más, su sello puede transformarse con el tiempo. La clave está en que los hábitos que repetimos son los que definen cómo nos ven los demás.
Lo más importante es que nuestro sello personal no depende de grandes discursos, sino de pequeños hábitos repetidos. Es que mostrar hábitos es un medio poderoso para comunicar. La buena noticia es que podemos elegir y gestionar la huella que deseamos dejar en los demás. Así se ejerce el poder de tu reputación.