
Por Rey Arturo Taveras
Hipólito Mejía, el Guapo de Gurabo, nieto de Mamá Bélica, ha regresado a la calle del medio como regresan los viejos jefes cuando el poder huele a orfandad.
Lo hace dándose baños de pueblo mientras su partido se desangra bajo escándalos de corrupción, improvisación y descrédito. Allí donde otros dirigentes del PRM bajan la cabeza, él la levanta, no por disciplina institucional, sino por instinto de supervivencia política.
Hipólito no improvisa, sabe que la política dominicana no se gana en en juegos de internet ni en oficinas con aire acondicionado, sino a golpe de abrazos, de chanzas vulgares, de las que acostumbra a decir, con palmadas sudorosas y cocotazos.
Dice que camina por Carolina, para impulsar su candidatura, pero lo desmienten las escenas y lo delatan los aplausos, porque el nombre que vibra en las calles y en las reuniones no es el de su hija, es el suyo. Carolina no arrastra multitudes, no incendia plazas, no convoca emociones primarias. Hipólito sí.
El recorrido nacional es una radiografía real: en ningún pueblo aparece Carolina como centro de atención visual y no hay consignas de ellas, ni símbolos propios. Solo un grito antiguo, casi tribal: “¡Llegó Papá!”. Y Papá entra solo, como siempre, no comparte protagonismo.
Hipólito es Hipólito y Carolina es Carolina. Pretender confundir eso es subestimar la inteligencia del electorado. Él habla y la multitud lo escucha como al caudillo rústico, lengua suelta, políticamente incorrecto, pero visceralmente auténtico. Ella apenas flota como referencia decorativa, un nombre que no sostiene discursos ni despierta fervor. La plaza no se enciende con apellidos, sino con liderazgo propio.
El mensaje es claro: la candidatura que camina es la de Hipólito, no la de Carolina. Conviene decirlo sin hipocresía: el liderazgo no se hereda como una finca ni se transfiere como una acción bancaria. Se construye con sudor, enfrentando conflictos y exhibiendo carácter. El carisma no se presta como en carro, ni se delega y no se impone por decreto familiar. Se ejerce o no existe.
El PRM, hoy, es un partido desnutrido de liderazgo real vigente. Sin figuras con peso propio, sin discurso cohesionador, sin mística. En ese vacío, Hipólito emerge, no como opción, sino como último recurso salido de la cenizas de fuego oculto de un partido que muere en el descrédito administrativo.
El expresidente y segundo líder del PRM es una muralla levantada a la carrera para intentar frenar a Leonel Fernández, quien a su vez libra su propia guerra doméstica con su hijo Omar por el control simbólico y real de la Fuerza del Pueblo.
En ambos casos, la política se reduce a una tragedia griega: padres que no saben retirarse, hijos que aún no logran imponerse por falta de carisma, o no lo dejan avanzar como es el caso de Omar.
La hoja de vida de Hipólito no admite maquillaje: tres candidaturas, dos derrotas y una victoria que no alcanzó la mitad de los votos emitidos por el electorado del país, pero el único valor tangible del PRM.
Insistir de nuevo, en el otoño de la vida política, con un partido lleno de deformaciones congénitas, es un acto de altísimo riesgo, rayando en la temeridad. Porque Hipólito no solo convoca: también divide, erosiona, fractura cuando al final de la carrera no controla la emoción y se desboca en opiniones malsonantes para el electorado.
Si el PRM no aclara el rol de Hipólito, ese partido terminará devorado por sus propias contradicciones: sin candidaturas sólidas, sin disciplina interna y con una reputación pública minada por la corrupción. El caos no sería accidente; sería consecuencia.
Sin candidatos creíbles, Hipólito Mejía se convierte en una paradoja peligrosa: salvador y verdugo al mismo tiempo. Tabla de salvación si se le rinde pleitesía; tormenta si se le intenta contener, tanto él como a su hija.
Hay que reconocer que, guste o no, es el único con capacidad real de concretar alianzas, puras o impuras, de negociar con Danilo Medina, de imponer silencio en una mesa donde todos, se quitan el sombrero ante su presencia.
Hipólito es el viejo zorro que conoce cada trampa del monte, el político que entiende que la calle del medio no se hereda como finca ni se proclama: se domina.
La pregunta no es si Hipólito puede ser candidato y salvar al PRM, es saber si ese partido sobrevivirá a Hipólito. La respuesta no está en discursos ni en consignas vacías, sino en la fría aritmética del sufragio voluntario para sumarlo al comprado y en la memoria cansada del electorado.
Mientras tanto, Hipólito avanza, eclipsando a su propia hija, porque en política, como en los cuentos de velorio, la sombra del padre casi siempre camina delante del heredero, y los poderosos rara vez entregan su reino antes de morir.

